domingo, 11 de mayo de 2014

Juan "El Penas"

La vida nos otorga y nos arrebata sentimientos sin licencia, encontrados, tan dispares a veces....Simpatía, culpa, empatía, cariño, hipocresía...Así me sentía después de saber que se había muerto "el penas".

Hace dos días murió en el pueblo cercano al de mi madre un pobre anciano. Juan, Juan "el penas", le llamaban.  La verdad es que tenía motivos para el apodo.  Vivió una longeva vida de 104 años, la mayor parte en la miseria, y últimamente compartía lecho, techo y habichuelas con "la Tania", una exprostituta de mediana edad que empezó ayudándole cuando enviudó  y terminó siendo ama,  amiga y amante.
 La verdad es que estos dos personajes se querían, si no, no se entendería demasiado su extraña relación. Cuentan que iban a pedir limosna a una parroquia cercana y que el cura un día les casó de "strangis"  a cambio de las pesetas que llevaban esa jornada.  Estuvieron dos días sin comer, pero  a cambio, ya  "jodían en orden con Dios y con la iglesia", decía la Tánia. Al "Penas" le daba lo mismo, pero por ella corría los vientos, y pasó por el altar y la sotana solamente para verla sonreir, aunque fuera sin los dientes que le faltaban a la pobre mujer.
"El penas" se quejaba, haciendo honor a su sobrenombre, de que su padre, un afincado señorito de la zona, le había desheredado a los 20 años, cuando se fugó con la que luego fue su mujer, para que no lo casaran con la hija de otro terrateniente "más fea que pício", ..eso si, con muchas "tierras",... contaba siempre.  Después vivió unos pocos años de vida tranquila y modesta trabajando de chambilero en verano y de churrero en invierno, con unos artefactos que él mismo inventó, allá  por los años de la postguerra.
Pero la fortuna no había de agraciar al Penas. Al poco tiempo  su mujer murió, y el hombre se vino abajo. Se volvió raro, excéntrico. Se dio a la bebida, al julepe, a las apuestas..., y perdió lo poco que le quedaba. Incluso su casa. Como no tuvo hijos, un día a la desesperada acudió a su hermana, que le dejo unos duros y le puso cara a la puerta otra vez, dejándole bien claro que no quería saber demasiado de él. Nunca volvió a verla ni a pedirle nada más.
Se apañó una casita en un corralillo abandonado de gallinas, recogió a "la Tania" de dios sabe qué antro de la capital, decían las lenguas ..., y se olvidó del resto del mundo.
Estoy convencida que los últimos años, o quizás más tiempo del que creemos, fué feliz.
Nadie en el pueblo se acordaba casi nunca de él si no era para reirse o mofarse, o darle una moneda en la calle.

Y ahora que ya no está, todos hablan del Penas, todos quieren al Penas.
-¡Qué pena, qué bueno era "el Penas"!
DEP

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